
La primera noche que te soñé, no sabía que eras tú. Te recuerdo hermosa. Tenías mi color de piel, pero no mi sonrisa y mucho menos mis ojos. Todavía no te salían tus primeros dientes. Reías y bailabas entre mis brazos mientras señalabas con emoción el mundo que veías por primera vez. Olías a leche materna. Estabas en la cúspide de la inocencia y de la felicidad. Te amé intensamente hasta que dejé de sentir el peso de tu cuerpo sobre mis brazos.
La segunda vez que te vi, llevabas una playera morada de Snoopy. Te asomaste cautelosamente por el umbral de la puerta de mi dormitorio. Aún envuelta en la oscuridad, pude notar tus ojitos negros y brillosos. Estabas llorando. Me mirabas asustada y yo te pedía perdón por haberte dejado sola aquella tarde. Por haberte obligado a saludar a aquel que era tan insistente en llevarte a solas a la tienda. Había resentimiento en tu rostro. Yo quería sobar tu espalda y arrullarte con aquella canción de Mercedes Sosa. Necesitaba curar aquella herida profunda y supurante que no te dejaba en paz. Seguramente te hubiera gustado que te contara como es el mar; pero hace tiempo que lo había olvidado.
No te volví a soñar. No sé dónde estás, ni si tus ojos en realidad son negros. Si en verdad te gusta el color morado o si alguien te hizo tanto daño como a la pequeña que habita dentro de mí. Esa niña que, por causa tuya, tuve que ir a visitar en unas cuantas ocasiones no muy gratas. Nos gritamos muchísimo. En realidad, era yo la que le gritaba y al día siguiente regresaba a pedirle perdón. ¿Es que ahora yo también la maltrataría?
Le hablé de tu aparición en mis sueños. Le conté que ya éramos adultas. Le dije que la relación con mamá había mejorado y que la abuela ahora sí es viejita. Le aseguré que aquel demonio que le hizo daño no existe más. Ella dijo que te quería conocer.
Yo no experimento esa extraña sensación que todas dicen sentir al soñar que tienen hijos. Yo no te extrañó, ni busco volver a verte. Es como si en realidad nunca hubieras salido de mi interior; como si te hubieras quedado hundida en mis pensamientos, en mi piel, en mis entrañas, mamando cosas de mi interior. Cosas de las que no estaba lista para hablar. ¿Eso es tener hijos? ¿Tener que ir a sanar a una rabiosa y furiosa niña desolada?
Hoy no sé si te amo o te tengo miedo. Lo único que sé es que eres una cabrona. Ni siquiera existes y ya estás cambiando mi vida.