
Donde es otoño
siempre hay hojas secas.
Hasta que tocas mi mejilla
llega la primavera.
Tus suaves dedos me hacen vivir,
mi sangre vuelve a correr a borbotones,
roja y devota a ti.
Más roja que los pétalos que llevas por labios.
¡Ay de mí cuando sonríes!
Porque quiero vivir en los pliegues de tus ojos
y en tu sonrisa que me convierte en granizo
que golpea y corta,
pero que, en la calidez de tu voz,
se derrite.
Soy tan solo gota de agua.
Puedo confundirme con lágrima
o evaporarme en un suspiro,
en aquel aire atorado en mi garganta;
ese que grita por convertirse en palabra.
He de decir que muero por besarte,
por enredar mis manos en tus rizos.
Yo apuñalaría todas mis rosas
por un solo segundo contigo.
Quiero pensar que es un secreto
que mis ojos te veneran,
que mis dientes anhelan tu cuello
y mis labios suplican tu aliento.
Porque si te has dado cuenta
y no me correspondes,
marchitarme puedo para siempre.