
Mi amigo Marco es un soñador. Culpa a Disney de crearle falsas expectativas del amor. Él piensa que soy una persona centrada y realista (y así me presento), que no soy presa fácil de las fantasías románticas y que tengo una visión cruda de las relaciones. Siempre pienso en él y me pregunto si en el fondo no seré yo igual de delirante; solo que expreso todo lo contrario.
Hoy volví a ver esa escena del baile en la película Adolescence of Utena, y la ilusión renació en mí. No pude evitar las mariposas de emoción que siempre me provoca; y tampoco logré evitar comparar la escena con mi último recuerdo con Ágata.
Ha sido todo un año complicado, y es gracioso volver a pensar en ello ahora, cuando en su momento creí que siempre me dolería. ¿Soy una princesa indefensa, ingenua y abusada? No. ¿Ella era una noble alma en el cuerpo de un príncipe valiente? No. ¿Nuestra conexión era tan fuerte que podríamos haber logrado juntas lo que fuera? Naturalmente no. No, no y no.
Sin embargo, hoy, con la pobre experiencia que tengo en estos temas, creo que ese tipo de amor que tanto persigue mi amigo (y que logra colarse en mi ilusión si bajo la guardia), es tan ingenuo, indemne e idílico, que sólo puede florecer entre mujeres. Debe haber algo en nuestros cerebros que nos permite conectar de una forma que a la distancia aparenta ser frívola, pero al mirarnos a los ojos, sólo nosotras comprendemos lo que significa.
No hacen falta palabras, solo tomarse de las manos y bailar al compás de la música del espacio, bajo una lluvia de sangre y diamantes… Es tan poderoso que el silencio habla.
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