
En medio de mis ensoñaciones, una vez me llegó a la mente un tema curioso. Un tópico que, aunque no era del todo frecuente en la familia, había sido mencionado en variedad de ocasiones por mi madre: el niño que siempre anheló. Mis hermanas y yo nunca fuimos despreciadas por ella, ni se mostraba insatisfecha con su progenie; aun así todas sabíamos cómo se habría llamado ese bebé. Nuestro no nacido hermano.
De todas, yo era la que más había escuchado estas divagaciones. Privilegios de hija mayor, supongo. No le guardaba ningún resentimiento al niño imaginario. Más bien, me he preguntado cómo se sentiría haberlo tenido. Por alguna razón que aún me es desconocida, siempre he pensado que habría sido mayor que yo; probablemente por las responsabilidades que pude haber dejado en sus manos, pero quién sabe. Así que le escribí una vez:
“¿Sabes quién soy, hermano mío? ¿Nos conocimos en esta vida, pero de otro modo? ¿Dónde estabas cuando te he necesitado? Cuando quería un abrazo y que alguien que me entendiera; o tan solo que me cuidara. Puede que existas en un universo paralelo a este. ¿Por qué no decidiste venir acá? Entiendo que no es el mejor de los mundos, pero lo habrías hecho algo mejor. Eso quiero creer. ¿Me leíste en mi adolescencia temprana cuando creía que podía percibir que existías? Ya sé, es una locura. Aquí te extraña mamá, que, si bien no te tuvo en sus brazos en esta vida, sabe añorarte como si no existieras solo en sus sueños. Si la conoces y eres algún otro tipo de creación, cuídala como no podemos los que estamos acá. Lo apreciaría mucho. Tal vez no sepa cómo habrías sido, pero en el fondo de mi corazón, te quiero. Espero que también nos quisieras”.
Tomé la carta, la doblé con cuidado y luego la guardé en un cajón.
Años más tarde, escribí una historia teniéndola como base. Y espero que sea el abrazo que alguien necesite, como lo fue para mí creer en el hermano que la vida no me dio.