
Me sentí aliviado al verte, tus ojos y tu sonrisa tenían cierto brillo que hacía que mis temores se extinguieran. Siempre tan tranquila y distraída en tus pensamientos.
Te cité en el lugar donde nos habíamos conocido por primera vez. Es una ocasión especial, pues, después de tantos días pensándolo, te pediré matrimonio. Quiero que seas tú a quien vea en cada madrugada de ansiedad y amor, porque te adoro con cada tejido que me constituye. Tú has estado a mi lado a pesar de que soy difícil de entender. Agradezco que en esta vida hayas aceptado envejecer conmigo.
Su llanto no le permite articular palabras y solo me abraza.
Al despertar, te busco en la cama, pero no estás. Asumo que fuiste al baño o a la cocina, pero no te encuentro. Te fuiste muy temprano y aún no me acostumbro a tu ausencia. Todavía puedo oler tu perfume que me enloquecía. Extraño abrazarte y ahora lo único que veo es tu vacío vagando en esta habitación de la que me he vuelto preso.
Me pregunto: «¿Por qué sigo escribiéndole a alguien que no existe y que seguramente no existirá?». Pero te encuentro en mis novelas y poemas favoritos; en canciones olvidadas, lugares que no he visitado y momentos que no han ocurrido.
¿Te fuiste o realmente nunca estuviste?