
Aún tengo presente el día en que te fuiste, marcando un antes y después en mi vida. La sensación de vacío que dejaste fue abrumadora. Como si de repente me hubieran arrebatado una parte de mí.
La tristeza y la incredulidad se apoderaron de mi ser al comprender que ya no estarías a mi lado. Fue un golpe repentino, doloroso, que dejó una huella imborrable en mi corazón. Comprendí con tu partida lo efímera que puede ser la vida, lo frágil que es todo lo que nos rodea. A pesar de ello, me aferré a la idea de que nuestra conexión era eterna, que nada podía separarnos. Jamás imaginé que te marcharías de esa manera, dejándome con un dolor profundo y una sensación de vacío inmenso.
Recuerdo aquellas palabras en las que me decías que en la luna encontraría consuelo, que desde allí me escucharías. Ahora, cada noche contemplo su brillo en el cielo buscando tu presencia, tu luz brillante que me guía en la oscuridad de tu ausencia. Aunque ya no estés físicamente a mi lado, siento tu compañía en cada rayo de luna que ilumina mi camino. La luna se convierte en mi confidente, en mi consuelo, en el reflejo de tu amor eterno que me acompaña en cada paso que doy.
Tras descubrir que ya no estabas, comprendí cuánto te amaba. Es doloroso comprenderlo cuando ya no existes. Tu presencia era lo que me hacía sentir completa, pero ahora me pregunto qué pasará sin ti.
Me siento perdida extrañando a alguien que ya no está.