
Intentamos darle un nombre, y al darle un nombre creímos que lo habíamos comprendido. Aunque ni siquiera sabíamos su significado. Tal vez poner un nombre es la manera fácil de deshacerse de las cosas… o de las personas.
Lo nuestro no era nuestro, y quizá te dio miedo.
Te dio miedo levantarte cada mañana con una sonrisa y unos buenos días, mientras recibías el desayuno en la cama acompañado de una hermosa rosa roja escoltada por el destello de sol que iluminaba tu mirada.
Te dio miedo reavivar tan sólo unos cuantos segundos de aquellas tardes mágicas llenas de sonrisas cristalinas pintadas sobre la agraciada alfombra verde; perdidas y recordadas en aquella geografía de la cual sólo tú y yo sabemos tan exacta y precisa localización. Ese espacio de nuestra vida donde sonaban las más bellas melodías acústicas al viento.
Te dio miedo el persuasivo calor de mis brazos que incitaban aquellas épocas enzarzadas, espoleando ansiosamente por la noche una vacuidad llena de palabras vacías y frías, capaces de persuadir al ente más inconsciente.
Te dio miedo porque no hablábamos el mismo lenguaje, y por eso escapabas en cada oportunidad dejando el rastro de tus páginas encriptadas en un idioma ignoto. Te escondías tan bien, que ni tu misma te podías encontrar.
Era el preludio de un fin. Como los faros que al perder su intensidad mueren como hojas en otoño.
Te dio miedo tenerlo todo y no tener nada; quererlo nunca, pero desearlo siempre.
Queríamos ser tanto y terminamos siendo palabras con miedo.