Quisiera, hubiera

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Su presencia, en alguna parte de mi mente, se hizo notar a los nueve o tal vez diez años. Las prioridades dentro de una primaria religiosa llegaban a ser contradictorias con el sistema educativo. La inocente alegría de perder clase por un evento religioso era algo común, pero me fue arrebatada en el momento en que de verdad escuché —y por lo tanto cuestioné— las palabras de aquel sacerdote. El regaño que hubo como respuesta me dejó con más preguntas y con el deseo de ser alguien más.

La existencia de este ente en mi cabeza se mantiene hasta el día de hoy. Pienso en qué haría si llegara a pasar una injusticia delante de mí, o si directamente yo fuera la víctima; sin embargo, siempre me quedo paralizada.

No dejo de pensar que, en el futuro, probablemente muy lejano, saldrá de mi mente y tomará mi conciencia, mi forma de expresarme y mi cuerpo. Solo entonces dejaré de soñar con lo que quiero ser y lograré ponerle un alto a mis pensamientos de arrepentimiento sobre el pasado.

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