La elección fue tomada en el apuro y no hubo mediación ni duda alguna. No la pensé. De las pocas veces que no pienso bien las cosas antes de hacerlas justo ésta fue una. La puta madre, dije mientras avanzaba por el pasillo de baldosas blancas hacía la calle, cuyo frío me recibió volándome los papeles. Giré tratando cazarlos, pero esto sólo hizo que bajara más rápido y me metiera de una vez al otro lado de la oficina. Vi que se habían mojado de agua. Los imprimo en casa cuando vuelva y los ordeno bien para mañana.
Total, ya firmé.
Fui caminando a casa cuando me encontré el cruce de caminos. Mi cuerpo apuntó a la derecha, pero me agaché a atarme los cordones antes de enfilar. Cuando me paré y vi el sol bajando por el medio de las calles, casi como un rostro oculto entre dos piernas, agarré y me forcé a tomar una decisión mía, y enfilé para la pierna izquierda. ¿Acaso no puedo tomar decisiones propias de una vez por todas? ¡A la mierda! Yo me las tomo por acá y que pase lo que Dios quiera.
Sin embargo, a pesar de mi impulso inicial, me sentí raro. No raro de incómodo, simplemente raro. Ajeno, tomando un camino que no debía a una hora cada vez más muerta. Yo, ahora, viendo el camino de la derecha como quien se pone de frente a una biblioteca. Vi las flores que se morían; el pedregullo y la arena entremezclados; los bancos anti-personas en los que nadie puede quedarse más de cinco minutos. Todo lo que miré mientras andaba lo sentía externo, en una vitrina de detalles olvidados que nunca pensé que existieran.
Llegué a casa y el camino seguía en mis pies mientras me sacaba todo y me bañaba. Me acosté en pijama luego de tirar los papeles casi secos sobre el escritorio. No me acuerdo cuál había que imprimir. No me importa, la verdad. Sólo quiero sentir el camino de la izquierda ahora, mientras miro el techo y recuerdo los detalles que perdí todo este tiempo.
Tendría que tomar la otra ruta en lugar de sólo recordarlos.
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