XII
El Colgado aparece ante mis ojos, la fina mano la posa elegantemente sobre la mesa. Un San Sebastián suplicante e invertido representa la carta. Se encuentra colgado de sus pies sobre una columna de madera. Su mirada, apacible y calmada, mira al porvenir, a lo desconocido, esperando pacientemente a que pase el suplicio.
IX
El Ermitaño le sigue, ahora es un anciano San Francisco de Asís, en su mano derecha porta una rústica linterna, la cual le permite abrirse paso entre la oscuridad del bosque. Con la mano izquierda acaricia un ciervo joven. Su mirada se dirige al pasado: sus años de soledad le permiten llevar a cabo una perspectiva de la vida más clara. Solo a través de la experiencia que sus años de vida le permiten, tiene la posibilidad de llevar a cabo el recuento de los daños, una evaluación más clara de las cosas.
X
Por último, se revela La Rueda de la Fortuna, representada con un Nacimiento navideño: María, con Jesús en brazos, está recostada en la cama, mientras José, en el suelo, se encarga de preparar alimento. El Tetramorfo aparece sobre la cabeza de María, quien mira a Jesús a los ojos, éste custodia lo que parece ser una rueda de carreta. Los personajes no miran hacia un punto en específico, viven el presente sin tomar en cuenta su pasado o su futuro.
XII, IX, X
Las dos cartas iniciales se miran a los ojos: la primera viendo hacia arriba, y la segunda hacia abajo. El conocimiento duele y se vive en soledad, pero solo a través de éste se alumbra el camino, la oscuridad se disipa y nuevas cosas quedan al descubierto. Éste, no se tiene que privar, se tiene que compartir, colectivizar. Su cualidad permite la fluidez de la vida, el progreso, lo naciente que deja atrás lo caduco.
Muchas veces este conocimiento es repentino y nos demuestra cuán impredecible es el mundo que nos rodea. Sin duda el conocimiento es movimiento, es azar, es repentino, el conocimiento es bueno o es malo, depende siempre de las circunstancias.
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