Dosis de amor

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Sería a cinco años del matrimonio de Debra y Andrés cuando la condición mental de ella empeoró.

Sufría de largos insomnios en lo que pensaba que Andrés la dejaría, que estaba harto de ella, de su baja autoestima y su impulsividad.

Pocas veces discutían. Cuando ella le pedía a Andrés que encendiera la luz, él argumentaba que la habitación estaba iluminada. Andrés encontraba cosas inusuales en lugares inusuales: el frasco de café en el tocador, el perfume dentro del microondas y muchas otras cosas más.

Sin embargo, ella sonreía, era amorosa con Andrés, bastante distraída pero amable y solidaria… Una mujer realmente agradable.

Había veces en que Debra se sentía fatigada: detestaba sus medicamentos y sospechaba de Andrés; había ocasiones en las que notaba a Andrés cansado, pero nunca molesto; dudar de él le hubiera parecido descabellado a cualquiera. Era muy amoroso y comprensivo con ella, tanto que, cuando discutían, realmente era Debra quien hablaba y él la consolaba. Andrés era un profesional de la salud mental y buscaba la ayuda de colegas que pudieran tratar a su esposa.

¡Sencillamente era un gran esposo! Era un pilar en la vida y salud de Debra; la acompañaba a sus sesiones psiquiátricas, lograba convencerla para tomar sus medicamentos puntualmente y sus abrazos siempre la reconfortaban y le brindaban paz.

Al paso de los meses, a Debra comenzaron a sudarle las manos, el corazón no latía, galopaba dentro de su pecho; se sentía perdida en su propia casa y le costaba articular palabras.

Cierto día, Andrés salió y Debra se quedó en casa limpiando.

Al abrir el estudio de su esposo, halló papeles desordenados en el escritorio. Al momento de organizarlos encontró el documento de una paciente, al leerlo se percató que presentaba un caso similar al suyo. Tanta fue la intriga y el interés que lo releyó múltiples veces y descubrió que era su propio historial clínico. ¿Por qué él lo tenía? Rememoró el cansancio de Andrés, las altas dosis y varios medicamentos que sólo la ponían más ansiosa y las veces que hallaba cosas como el desorden de objetos en lugares inusuales… Cosas que tomó por normales, pero no lo eran. Andrés la contradecía para hacerla dudar de ella misma.

—¿Debra? — escuchó la voz de Andrés.

—No es ético ni profesional que un psiquiatra lleve a cabo la terapia de su esposa.

Andrés miró los papeles en la mano de Debra.

Suspiró con desesperación, cerró la puerta y se acercó a ella:

—No te acerques, Andrés. ¡Por favor no, he dicho que no!

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