Tengo una lista de cosas que no tienen nombre.
Soy una persona de palabras, así que, si no tengo una palabra para algo, prefiero evadirlo y anotarlo en mi lista.
Espero algún día encontrarles un buen nombre. Mi esperanza es ridícula pues en el fondo sé que nunca tendrán nombre, así que me dedico a buscarles un título.
Me preguntarás cómo enlisto algo que no puedo encarnar en una palabra. Mi lista no es una lista normal, evidentemente; lista es su apodo, no su nombre. Carente de nombre y de orden, mi lista representa muchas cosas que me gustaría escribir, pero las palabras no me alcanzan.
Mi lista nació hace mucho tiempo, tanto que no lo recuerdo. Cuando esta lista me empezó a superar tuve que hacer algo al respecto. Mis palabras no son suficientes, me quedan cortas; el vocabulario que comparto con el resto de las personas no es suficiente. Por fortuna, no soy la única que ha notado esta carencia en su propio léxico.
Descubrí la existencia de un lenguaje maravilloso que le da voz a esta lista: Arte, le llaman.
Sonido, pintura, un bien entrenado cuerpo humano, más palabras incluso, arcilla. Una infinidad de materiales que ayudan a encarnar a las cosas sin nombre que rondan en mi lista. Ahora solo tengo que ponerles un título.
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