Esa mañana un silencio dominaba el edificio. Sin embargo, decido no darle importancia, así que subo al tercer nivel para dirigirme a mi salón.
Otra vez se había realizado un cambio de lugares. Veo mi banca a tan solo dos filas de la entrada, por lo que con un paso acelerado camino entre las personas, quienes me siguen con la mirada, con cierto disgusto. Tomo asiento. Decido relajarme, veo mi reloj de mano, apenas son las 8:15, aún es temprano. El pequeño segundero avanza haciendo su usual «tic-toc» que solo se oye al acercarse, ese pequeño y sutil sonido logra calmarme.
Levanto la mirada y me percato de una pequeña mancha en la esquina superior del salón. De repente el sonido de una gota de agua hace eco en la habitación, mis compañeros se han desvanecido. Ahora lo único que hay en aquel salón es aquella mancha. Parece observarme desde la esquina, ¿me estará asechando? Poco a poco empieza a expandirse, su sombra empieza a cubrir el salón, devorando todo a su paso.
El miedo se va convirtiendo en terror, el cual se apodera de mi cuerpo, mientras que la mancha se va acercando cada vez más a mí. Mi respiración aumenta y el latido de mi corazón se acelera, puedo sentirlo golpear mi pecho, él también quiere huir. Intento buscar una salida, pero lo único que hallo es una ventana.
Logro voltear, y lo que era aquella sombra ahora se encuentra repleta de ojos. Cada una de sus pupilas las siento clavadas en mi alma; unas risas provenientes de aquella sombra se oyen, pero antes de lograr entender algo, mi voz sale en gritos, cubriendo aquellas risillas. Lo único que oigo son gritos. Mi mente comienza a nublarse, se vuelve pesada y antes de percatarme estoy por saltar de la ventana. Una mano salida de la nada me toma del brazo. De nuevo el eco de la gota de agua suena y vuelvo a la realidad. Temblando regreso la mirada, una de mis compañeras me había detenido, las lágrimas en su mirada me hacen retroceder. Miro de nuevo el reloj, apenas son las 8:16.
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