
Avanzar en ocasiones se siente como la soledad, un vacío que no puede llenarse con nada. Resulta tan difícil moverse que pareciera que se cargara una bolsa con un millón de piedras pequeñas, las cuales representan los recuerdos felices. No se puede soltar porque fue a lo que el alma logró aferrarse durante mucho tiempo, porque era lo que la hacía sonreír.
No dejar ir a veces no está mal, no significa que te quedes estancado en el mismo sitio, pero sí que elegirías mil y una vez más regresar ahí. No harías ni una sola cosa diferente, aunque a veces te reprocharas no haber aprovechado más el tiempo, ya que, de alguna manera, sentirías que pudiste haberlo disfrutado un poco más.
El problema sigue cuando no sabes si se están aferrando a ti o tú te sigues aferrando a ello, o él, o ella, pero simplemente no puedes dar ese paso adelante. Aunque tal vez es el miedo a no pertenecer como alguna vez solías hacerlo. Sin embargo, las personas cambian y la vida sigue, incluso aunque no estés listo.
Extrañar aquello que alguna vez fue parte de tu vida, parte de ti, es normal. Decir adiós nunca es fácil, pero aún contra todo pronóstico, algún día se experimente un tipo diferente de felicidad, jamás se asemejará a la de la última vez, porque no es igual, pero puede que sea mejor.
Los cambios atemorizan, sobre todo cuando las cosas iban terriblemente bien. Sin embargo, la adaptación es parte importante, ya lo decía Darwin en su momento. A veces ese boleto de ida en realidad era de regreso y te lleva a más recuerdos. Ya habrá tiempo para hacer todo aquello que la sociedad dicta sobre “estar bien”. Por ahora, es válido recordar, porque es una forma diferente de avanzar.
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