
Cuatro meses atrás
en unos cuantos minutos
y algunos mensajes
mudarse resultó inminente.
Una nueva ciudad ante mis ojos
se presenta desconocida y familiar
como las fotos antiguas de un antepasado
o las historias ajenas de los abuelos.
Hay algo en las calles de todas las ciudades
que nos hace sentir en casa,
aunque no conozcamos dirección alguna
todo se presenta nuevo en los sentidos.
El cambio llega de raíz
dentro de una maleta llena de anhelo
y los deseos de nuevas historias
anclados a un boleto de autobús sin retorno.
Se aprende a sobrevivir en unos días
más que todos los años en un lugar seguro.
Los cambios se presentan a cuenta gotas,
la sazón que hacemos nuestra,
hacer propia una habitación vacía.
Ya no soy el mismo que subió a ese autobús
ni aquel que pagó su primer mes de renta
preguntando en dónde está la tienda
más cercana y si el barrio es inseguro.
Pero el motivo de migrar sigue intacto:
un mensaje preguntando “¿ya vienes?”
y sus brazos hogar, sus brazos hoguera.
Sus labios que convierten esta ciudad
en cualquier otra, sin importar nada más.
15