
En el colegio aprendí a quererte.
Nos conocimos de alma.
Hace tiempo que dejamos de habitarnos.
Sigues en mis memorias.
Desapareces en los hechos.
Hemos tratado de vincularnos
con otros corazones:
volvemos al mismo lugar de siempre.
Esas mañanas cuando nos saludábamos
o esas tardes donde nos cuidábamos
para llegar a casa,
se convirtieron en reliquias
del tiempo, en fotografías
de museos.
Pasar los exámenes era nuestro
martirio del día;
los acordeones en el pupitre
nos salvaban.
Las risas que alguna vez me enamoraron
ahora son desiertos.
Me encuentro contigo
en cada sueño.
La noche anterior me abrazabas,
esta noche te alejarás
y no me dirás nada.
Es irónico:
la mayoría de las veces
me siento a escribirte
y salgo a caminar para pensarte.
Tengo la esperanza de que
haces lo mismo,
pero no me recuerdas:
me olvidaste.
Un poco de piedad para esta
persona que te extraña.
No hubo cariños,
nunca tuvimos el valor
de acercarnos:
solo miradas.
¿Qué es de una mirada
sin reciprocidad?
Me dijeron que los ojos
besan antes que la boca…
Te veía en los pasillos de
nuestros salones:
elegante, bien vestido
y peinado:
joven de hogar.
No creo que en algún momento
me hayas puesto atención;
estaba en cada esquina de
tu corazón: lo escuchaba latir,
sonrojarse cuando estaba enamorado,
desgarrándose cuando te cortaban
en mil pedazos.
Una vez llegó a mí lleno de lágrimas:
me dijo que lamentaba haberme
despojado de ti:
«Era lo mejor para ambos», expresó.
Dos jóvenes estudiantes que experimentaban
la adolescencia, aún no comprendían
la riqueza de su alma, la belleza de la vida
y la armonía de la familia.
El amor era algo que ignoraban:
no había suficiente conocimiento
sobre él.
Dudo que los adultos también lo sepan.
Nuestros compañeros nos hacían
burla, con odio, con la amargura
de este mundo…
Resistimos,
peleamos,
ganamos una guerra.
¿Con qué fin?
Solo nos alejamos.
Niego mi voluntad de buscarte.
Cuando dos soledades se encuentran,
se ausentan.
Nuestro pasado se sostiene de las correspondencias
no escritas, del frío antártico,
del mar furioso, y muy al fondo
se iluminan con el arcoíris
de nuestros besos no dados
y del apretón de manos jamás recibido.
Hace tiempo que no sé de ti,
y si me lo preguntan:
aún te guardo en mi baúl
de los amores no correspondidos.
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