
Pienso, cuando en el caer de cada lágrima observo penas pasadas repetirse,
y me explico, palmeándome la espalda,
que las llamas de sus dedos incendiaron, por soñar tentar mi cuerpo,
las páginas en que me escribía sus primeros versos;
o me digo, consolándome, que su hambre de mi piel cruzaría los límites del lenguaje
para darme, esta tarde de febrero, ya no palabras, sino sus labios
sobre los míos anhelantes.
Nunca he recibido una carta de amor, pero
he visto su fecha trazada por esa mirada que revolotea,
como una mariposa, sobre la flor de mi sonrisa renacida;
he leído su salutación carnal en nuestras charlas infinitas
en las que las risas olvidaron que fueron llanto;
he releído su cuerpo de textuales balbuceos
en el roce gloriosamente inesperado de nuestras manos;
he deletreado su despedida letal con cada paso que da para alejarse
de mí, y reanudar así el tiempo laboral, detenido por nuestras caricias,
y he descifrado su posdata enigmática en la casualidad de encontrarnos
esperando el tren en el andén de la estación Chabacano.
Hoy que la soledad aplasta mi corazón hasta despedazarlo,
siembro sus despojos sangrando en el vacío del que brotan,
por la lluvia de mi imaginación,
un mundo donde me oculto dentro de un sol,
que abrasa la pasión escrita que ya no puedo responder;
un lugar donde se multiplican, como el pez y el pan mesiánicos,
los verbos ante los ojos que los han esperado tan solos;
un rincón donde, con el fuego de un ‘no’ a mi anhelo de amor,
contesto el correo lascivo que yo mismo me he enviado desesperado;
y un cuarto tenebroso de pronto iluminado por esas íes inconclusas
sólo tuyas, que me regresan el alma entonando la música de tu respuesta.
Nunca he recibido una carta de amor, porque,
ay, ignorabas cuál era mi dirección
o el cartero la perdió al huir del perro que desgarró su pantalón
o se equivocó al depositarla en el buzón de quien por leerla no se suicidó
o alguien, buscando cómo conseguir el sí ansiado,
lo halló en tu sobre tirado al suelo por el oportuno azar
o el dueño, luego de arruinar su servicio postal, cesó el frío invernal,
al avivar su fogata improvisada con la correspondencia no mandada
o tal vez… alguien sufra ahora frente a la hoja en blanco
por fallar al tornar el silencio en tiernos párrafos que me arrebaten
o estos versos basten para que alguien pueda entregarme,
por mirar más allá de mi pobreza y mi torpeza, una carta de amor:
corazón, no tardes, que me muero por el dolor de tu ausencia.
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