Uémbekua

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Entro a la habitación para darle el beso de las buenas noches. Su rostro refleja tanta paz que me quedo unos segundos al pie de la cama, observándola, grabando ese momento en mi memoria. Me digo que los momentos más especiales no están registrados en fotografías sino en el alma. Me acerco y le acaricio el cabello, entonces comienzo a hablarle, esperando que las palabras logren llegar hasta donde se encuentre.

Es tan pequeña, pero llena de vida. No puedo evitar susurrarle mis deseos, ese anhelo de poder verla crecer, cumpliendo sus sueños, yendo de un lado a otro persiguiendo lo que quiere, haciendo pausas cuando deba, y tomando impulso para retomar el vuelo cuando esté lista. Ella lo sabe, pero se lo digo para finalizar la noche: “Te amo”. Entonces, cuando me dispongo a retirarme hacia mi habitación, escucho un “También te amo, tía”. No puedo evitar sonrojarme, me ha escuchado todo ese tiempo. 

Ambas sabemos que podemos platicar de todo un poco. Ella, con sus cinco años, me contagia toda su energía y yo, con mis veintiocho, le enseño que lo más increíble del mundo es poder ser uno mismo. Inesperadamente, veo cómo sus pequeños ojos comienzan a inundarse, me sorprendo, pero al instante le extiendo mis brazos, ella no lo piensa y nos regalamos un abrazo. 

Le explico que a veces podemos llorar de tristeza o miedo, pero también de alegría. Al preguntar por el motivo de sus lágrimas, elige la última opción y mi alma experimenta una vibración distinta. No decimos más, ella sabe perfectamente que puede llorar con libertad, es válido experimentar cualquier emoción porque somos humanos, mientras, yo me convenzo de que cada mujer debe convertirse en la mujer que deseábamos tener al lado en nuestra infancia. 

Le repito que conmigo está segura, que siempre la voy a amar. En ese preciso momento, una parte de mí sabe perfectamente que esa pequeñita en mi interior también lo escucha, sonríe y respira con calma. Entonces, me doy cuenta de que una sola palabra me ha permitido y me sigue permitiendo curar todas mis heridas, reconocerme, proteger a mi niña interna y emprender el vuelo pese a los miedos: ¡Amor!

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