Del inicio
Una mañana zarpamos
para dejar atrás lo superfluo.
Para desaparecer
de un plumazo
lo que nos une al pasado.
Buscando un lugar
donde todos los ojalá
se vuelvan eternos,
donde nuestra edad
sea inconstante a los límites
y las ganas no sean ajenas
a nuestros ojos oceánicos.
¿Qué sentido tiene quedarse
si la calma se ha hecho trizas con el viento?
¿Qué es este mundo que nos dejaron
si tampoco nos permiten repararlo?
Nadie arranca un viaje
sin tener la esperanza
de que en tierras diferentes
haya nuevas perspectivas.
Otro aire nos despeina
y esta vez ya no importa.
Del camino
La lucha por dejar atrás y por dejar lejos
se resiente en los tobillos
y por primera vez
reconocemos el cansancio.
A pesar de cualquier intención
se efectúa un presagio:
no se puede continuar
ni tocar el presente con las manos.
El desastre atmosférico
hace más ruido que nosotros,
ya no tenemos palabras
ni refugio si nos perdemos.
¿Cómo podremos seguir
si sólo hace falta sincronizar los latidos?
¿Cómo poder desistir
si sólo es necesario cambiar una sílaba?
Lo único que queda es el recuerdo
y esta vez la fuerza sepulta al miedo.
Del destino
Asumimos que no existe un mapa
y la brújula nunca nos fue dada,
dar un paso ahora significa
que los plurales abrazan.
Romper con lo estipulado
atrae el futuro al instante.
A falta de un rumbo trazado
los singulares ya no se extrañan.
El destino se torna ostensible
y los sueños en forma de nube.
Aún con un poco de duda,
los pies echamos a andar.
La senda comienza a engendrarse,
el cambio se aferra a los nudillos
y el sol se ve más de cerca.
Nos susurra un atisbo de esperanza
y esta vez no hay preguntas,
sólo un atardecer que nos grita:
—¡Pueden tomar cualquier camino!—
y todos los lugares se vuelven posibles.
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