Trilogía de la senda

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Del inicio 

 

Una mañana zarpamos

para dejar atrás lo superfluo.

 

Para desaparecer 

de un plumazo 

lo que nos une al pasado.

 

Buscando un lugar 

donde todos los ojalá

se vuelvan eternos,

donde nuestra edad 

sea inconstante a los límites

y las ganas no sean ajenas

a nuestros ojos oceánicos. 

 

¿Qué sentido tiene quedarse

si la calma se ha hecho trizas con el viento?

¿Qué es este mundo que nos dejaron

si tampoco nos permiten repararlo?

 

Nadie arranca un viaje

sin tener la esperanza

de que en tierras diferentes

haya nuevas perspectivas. 

 

Otro aire nos despeina

y esta vez ya no importa.

 

Del camino

La lucha por dejar atrás y por dejar lejos

se resiente en los tobillos

y por primera vez

reconocemos el cansancio.

A pesar de cualquier intención

se efectúa un presagio:

no se puede continuar

ni tocar el presente con las manos. 

El desastre atmosférico 

hace más ruido que nosotros, 

ya no tenemos palabras

ni refugio si nos perdemos.

¿Cómo podremos seguir 

si sólo hace falta sincronizar los latidos?

¿Cómo poder desistir

si sólo es necesario cambiar una sílaba?

Lo único que queda es el recuerdo

y esta vez la fuerza sepulta al miedo.

 

Del destino

 

Asumimos que no existe un mapa

y la brújula nunca nos fue dada, 

dar un paso ahora significa 

que los plurales abrazan.

Romper con lo estipulado

atrae el futuro al instante.

A falta de un rumbo trazado

los singulares ya no se extrañan.

El destino se torna ostensible

y los sueños en forma de nube.

Aún con un poco de duda,

los pies echamos a andar. 

La senda comienza a engendrarse,

el cambio se aferra a los nudillos

y el sol se ve más de cerca. 

Nos susurra un atisbo de esperanza

y esta vez no hay preguntas,

sólo un atardecer que nos grita:

¡Pueden tomar cualquier camino!

y todos los lugares se vuelven posibles. 

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