Volar

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La megalomanía que se extendía por el reino generaba que los animales más grandes pisotearan a la pobre serpiente y a otros seres inferiores; el deseo de conquistar, imponer y gobernar los cegaba, no se daban cuenta de que su visión sólo abarcaba los caminos que tenían delante, una mirada muy pobre de lo que es la tierra en la que viven.

El águila, humilde desde siempre (pues ella está por encima de todos y su vista de la tierra es la más plena de todas), se daba cuenta de los problemas que generaba la locura de los otros seres vivos. Notó la violencia, las guerras, el odio, el hambre y la sed que se expandía por el yermo.

En su vuelo tan alto logró ver al ser vivo más odiado y castigado desde el inicio de las creaciones. Arrastrándose por el camino débilmente, la serpiente fue capturada por las garras del águila. El reptil trató de pelear, pero su ánimo y fuerza estaban decaídos, doblegada sería la mejor palabra para describirla. Ella misma se menospreciaba y constantemente se decía que si tan solo fuera como los otros ella podría seguir el camino y no se hubiese quedado atrás, habría podido evitar todo lo malo que le había sucedido, si tan solo no hubiese sido castigada.

En lo alto del cielo, el águila tan sabia y humilde le dijo:

Sé lo que piensas, con el tiempo he visto cómo te has ido haciendo más pequeña, pero déjame recordarte que hubo un tiempo en el que eras la serpiente emplumada: no te arrastrabas por el suelo, volabas muy alto, más alto que yo, te admiraba por tu belleza, porque no usabas tu poder en contra de nadie, sino a favor de todos.

No te hiciste pequeña por acción de los demás animales, sucedió porque tú misma te lo hiciste, no te arrancaron tus plumas ¡TÚ MISMA TE LAS ARRANCASTE! 

Recuerda…recuerda que tú no naciste para arrastrarte por los caminos, al contrario, naciste para verlos desde arriba.

Y entonces fue cuando entendimos que el águila no se estaba comiendo a la serpiente, sino que la estaba ayudando a volar, volar para recordar.

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