Fugazmente bella

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Areli se viste apática todos los días. No hay ocasión en que no se queje de su cuerpo frente al espejo, con desagrado, asco y profunda desaprobación. Se pellizca la protuberancia que se resbala de su vientre: la lonja, la tambalea de arriba abajo y en su rostro se ven las náuseas.

Después de vestirse, procede a peinarse. Su rostro es bonito y esconde el sobrepeso de su cuerpo. Primero el cabello, detesta sus adorables rizos, se lo alisa. Se cambia de calzón por uno que le reprime el prominente y suntuoso abdomen. Se delinea delicadamente los ojos, se enchina y pinta las pestañas; base, rubor, labial. 

Se dirige a la universidad, toma una clase en soledad, ella y su lonja, ojalá nadie vea cómo se desborda del pantalón; a la siguiente hora llega su amiga. Toman clase, los cuchicheos provocan risas, primero una chica, luego un chico, uno a uno van desfilando por el filtro de la parodia y la amistad. Se aburren, hace calor, se les antoja una cerveza. Tan solo a unos minutos se encuentra el bar de mala muerte que es barato por su alcohol adulterado. La imaginación no viaja tan rápido como sus pies que ya pisan el suelo pegajoso de las bebidas derramadas.

Dentro, el calor las sofoca; al suelo las mochilas y la morralla a la barra. Dos caguamas son suficientes para que la seguridad aflore. Areli comienza a bailar, su amiga igual, primero pasos suaves al ritmo de la música, luego los brazos, las piernas y las caderas parecen responder por sí solas al ritmo «booty pa’ tras, pecho adelante». Areli encarna en sus pasos de baile cada verso, «rebota, rebota, rebota», no hay nadie más que ella en la pista, ella es el centro, las palmas de sus manos se deslizan por todo su cuerpo, no hay parte que salga exenta, se desacomoda el cabello, gira sensualmente el cuello «booty pa’ tras, pecho adelante». La gracia y sensualidad con la que se mueve deja apabullada a cualquiera, en esos momentos nada importa más que la corriente eléctrica que sale de su cuerpo y la transforma en bailarina profesional. Con envidia es mirada por aquellos pasos genuinos que nacen de su cuerpo, es la diva del lugar y lo sabe. Mira de reojo y hacia atrás, con un toque de despotismo, a los que con deseo la observan. Las luces cambian de color, una, otra y otra canción, apagan las luces, la música se va, ella se detiene, las dos toman sus mochilas. Combi, metro, casa. 

Areli se despierta y piensa apática en qué ponerse, agacha la mirada y ve aquello que tanto la oprime… su protuberante vientre.

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