Despedirme en sueños

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Quise encontrarte en un sueño. Quería ver el rostro arrugado que recuerdo de cuando yo era un niño y llegaba a tu casa. Un semblante serio y firme que mostraba la dureza con la que te había tratado la vida. Una fortaleza que tu experiencia había construido para soportar la invasión de la maldad en tu familia.

Quise verte leyendo el periódico o algún libro de los cientos que tenías en el estudio al que yo sólo entré en contadas ocasiones. A lo mejor si te encontraba como lo hacía cotidianamente, podría recuperar un poco de los tantos años perdidos. 

Después de que no volvimos a verte, dejamos de viajar juntos. Ya no visitábamos el rancho en Guanajuato o ese pueblito en Puebla llamado Tehuacán. Dejamos de desayunar en familia como tanto nos gustaba. 

Cuando me enteré de que ya no te vería no lo comprendí del todo. Yo era un niño de siete años que comía una rebanada de pizza mientras le avisaban que lo más cercano a un abuelo que tenía ya no lo podría recibir en su casa, y que mi abuela (tu pareja en ese entonces) se iría de tu lado a un lugar mucho más lejano. 

Para ser honesto, no recuerdo alguna frase que me hayas dicho. Sólo que te enojabas cuando pasaban las motos en la calle porque tu aparato auditivo amplificaba mucho el sonido. También que le dabas dinero de más a la gente; si te lo regresaban confiabas en ellos, si se lo quedaban no volvías a ser amable. 

Pero también recuerdo cómo me defendías cuando mis papás estaban trabajando y la gente intentaba lastimarme. Cómo no dejabas que nadie pasara por encima de mí y me regalabas cosas para sanar mi soledad. Mi papá dice que me querías mucho y yo creo que es cierto. 

No eras mi abuelo, pero era como si lo fueras. Eres lo más cercano que tuve a esa figura comprensiva y carismática que retratan tanto en las películas y ahora que ya no estás y no me puedo despedir es extraño. Aunque no lo creas, nunca dejaste de estar aquí. 

Ya no fuimos tan lejos juntos. Pero me acompañaste cada vez que me defendí de algún abusivo, cuando me armaba de valor para un nuevo proyecto. También estuviste cuando perdí a mi bebé, ya que, aunque nunca supe qué hacer, salí adelante con lo que me regalaste: valentía y resistencia. 

Nunca lo supiste y nunca lo sabrás tal vez, pero tú siempre estuviste atrás de mí en cada decisión que tomé. En ningún momento dejaste de influenciarme para avanzar.

Gracias por tanto, tío. Descansa y nos vemos en un rato para seguir viajando. Yo seguiré aquí, intentando despedirme en sueños. 

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