A las montañas

pico-de-orizaba-g41b3c0727_1920-thegem-blog-default

Las pequeñas pisadas comenzaron a avanzar una vez que dio la señal a sus hombres armados. Lejos de las rejas electrificadas, la claridad dejaba a la vista un verde paisaje cortado por una carretera. El frío quebraba los labios. Poco más de diez niños formaron una fila separados apenas por un par de pasos. Frente a él, se mostraban miradas al borde de las lágrimas, otras con un profundo terror, algunas expectantes, las menos, retadoras. 

El recuerdo lo invadió, la única razón por la que continuaba con vida era no haber corrido despavorido aquella lluviosa mañana de hacía ya veintiséis años, tan solo unos días después de haber sido secuestrado. Observar los rostros de los presentes lo transportó de vuelta al momento en el que él se encontraba en la fila: era imposible ver algo a través de la lluvia cayendo a raudales, no recordaba haber sido capaz de percibir las emociones ajenas, pero sabía que detrás de aquel hombre imponente y esas montañas se asomaba el pico de Orizaba, majestuoso, solemne. En ese entonces no sabía desde dónde lo observaba.

—¡Ésta es su última oportunidad para largarse, si no la toman ahora se van a comprometer con lo que implica ser uno de los nuestros! ¡Voy a contar hasta diez!, ¡si en ese tiempo nadie se atreve a correr a las montañas, ya no habrá marcha atrás! —vociferó mientras recorría la fila de principio a fin.

—¡Uno!, ¡dos!, ¡tres! —empezó a contar en voz alta después de apartarse del camino. 

Nadie estaba preparado para esa proposición, pero desde el borde, uno de ellos encendió la chispa. De pronto eran cuatro, seis, ocho pares de piernas corriendo como caballos desbocados. Era un reflejo de lo que habían sido sus días y de lo que serían siempre, atrapado en una vida marcada por la brutalidad, la traición y las atrocidades que había sido obligado a cometer desde tan temprana edad. No había terminado de contar cuando desde el fondo sus hombres comenzaron a disparar indiscriminadamente a los fugitivos.

1
X