Con el puño en alto

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Con el puño en alto y con un grito de esperanza, todos señalábamos al sol. Hace unos días llegué a mis veintiséis años y sé que aún hay más por cumplir. Eran vacaciones de verano y el calor nos aturdía, las voces se secaban fácilmente, pero no parábamos. El sol, esa gran estrella, no nos detenía; más bien nos daba fuerza.  

Con el puño en alto logramos crear un eclipse, haciéndole ver a los que no escuchan que no existe un dios ni justicia alguna, que existimos nosotros, nosotras, nosotres. Creemos que el grito del niño, del joven, del adulto, del anciano, y de aquellos que ya no están porque alguien los encaró con la puta realidad, puede despertar, romper y cambiar este sistema tan podrido. La gran cantidad de pasos ahora reunidos decidimos luchar, esperando llegar lejos, demasiado lejos… Esta gran marcha cuestionó nuestro presente.

Pensar y recordar toda esa lucha me tranquiliza un poco. Aún escucho los gritos, las frases que clamaban por causas justas y las pancartas con frases de rebeldía. Fue todo muy rápido, regresaba a casa de la escuela y un auto se detuvo frente a mí. Ahora floto por un camino empedrado, ya todo está envuelto en un tacto flojo; mis dedos están fríos, siento las muñecas abrazadas y no puedo despegarlas.

Se detiene, algo se detuvo, se apaga el motor, estoy muy lejos de mi casa.

Puertas que se abren y se cierran por todos lados. De una junto a mí,  sale una mano dura que me jala con terquedad. Mis pies tocan el piso, mucha grava, me resbalo y caigo. No tengo fuerzas. Las piedras están en mis rodillas, son puntiagudas y duelen. El flash de una luz artificial lastima con violencia mis ojos. Miro hacia arriba, está borroso, poco a poco logro descifrar una estrella que me mira, me susurra que es de noche. Observo de frente y esa pinche luz artificial no deja que mis ojos respiren en paz. Por la piel me escurre el miedo, tiemblo, tiemblo mucho. Volteo a la derecha y veo siluetas. Hay una muy grande. Susurros. Volteo a la izquierda y otra silueta, ahora demasiado cerca. Miro hacia arriba, la misma estrella.

Aunque luchamos, muchos no fuimos muy lejos, pero lo intentamos. Con la mirada en alto siento un punto frío de metal allanando mi sien, sin importar quién me escuche alzo la voz: «Ahora yo seré otro recuerdo para todos, a las estrellas nunca las podrán tapar y serán el recordatorio de que la lucha debe continuar».

El sonido de la máquina da un clic continuo acompañado de una frase: «Para que te calles, cabrón».

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