Debería estar haciendo otras cosas

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Como todo adolescente desobligado, me encuentro cerca de terminar el semestre y no tengo ganas de realizar el ensayo final de la clase de ética sobre un tal Platón —no sabía que los platos escribieran—, pero mientras me hallo en frente de la pantalla de la computadora no puedo dejar de pensar en hacer otras cosas. Considero que debería salir a caminar por la ciudad como un enajenado, ver alguna serie o película de las que tengo pendientes para después olvidarla a los pocos días, perseguir algún tlacuache o perro en el parque para matar el tiempo, comer un helado de chocolate con piña, ponerme a escribir la nueva obra maestra de la literatura latinoamericana que dejaría a Borges como un principiante, construir un cohete para colonizar Marte junto a mi gato calvo.

Pero no, me encuentro limitado a hacer un insulso ensayo que será leído solo por una persona, una sola vez, para después terminar en la basura y todo por una intranscendente calificación de una materia que me da un insulso profesor, de esos que pese a ser joven parece ser senil, que al igual que varios de su gremio, no podría hacer que las dos horas de clase al día sean mínimamente interesantes para el alumno, uno que, como muchos otros, debería estar haciendo otras cosas.

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