Desde tu cielo

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Entre sueño y sueño la ilusión crece y la verdad se aleja.

Te miro y siento paz, hueles a hogar y a café con leche de avellana, ojalá así fuese siempre. Gracias por el ride, ahora estamos juntos, recostados en la azotea del viejo hostal, —¿cuántos cielos prometiste que construiríamos juntos?—. Deberías dejar caer los tres floreros de cristal en el lobby y despertar del vago pensamiento. 

—¡No!—. El perro ladra y el gato escapa por la puerta trasera, mientras que la cacerola de frijoles reboza y el pozol se hace masilla. 

—¿A quién quieres engañar? —enciende el motor de la motocicleta—, nunca fui buena manejando, pero, ¡qué importa!, montarla es como andar en bici, según tú. 

Tuve un sueño, un sueño en el que tuve todo lo que quería. Sin nadie que dijese no, sin lágrimas, sin whisky con soda. Me sostuve de ese hilo, del hilo conector y de una promesa. En ese entonces apareciste y me dijiste:  

—No te merecen. ¿Te llaman débil?

No supe qué responderte, pero tuviste razón. Quisiste llevarme a tu mundo, y mostrarme que hay más, más de lo que arrojan las paredes de acuarela y las plumas de loro. No quise, preferí rechazarte y quedarme con mi cielo.  

—No hay 13 cielos, cariño, solo hay uno, un sol y una luna. 

Tuve un sueño, uno donde hubo un tú y un yo. Donde no hubo dolor o desidia. Donde el aura era transparente, un cielo con bondad y luz. 

Hoy por hoy, me pregunto: ¿qué tan alejados estamos del mismo cielo?, mientras que construyes la escalera hacia los 13, yo prefiero seguir mirando el mismo y único cielo que vi aquella vez en ese azul profundo de tu iris.

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