Gotas de rocío

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Compré un boleto de tren sin saber lo lejos que iría. No planeaba viajar, mi equipaje apenas fue una flor que corté en el camino y no llevaba nada encima más que el dinero suficiente sin contemplar un regreso. Buscaba con fuerza una respuesta, un camino, una estación que me gustara para bajarme y comenzar de nuevo.

No llegué muy lejos. Me quedé sin saber si las siguientes estaciones me gustarían más o menos que las anteriores. Con los ojos cerrados escuché tu voz atravesando las puertas, me levanté y te seguí.

No te molestó que caminara a tu lado y en cierto momento de la tarde me miraste y sonreíste. Caminamos por las calles más inclinadas y aunque me ayudaste a no caer, no dejaron de pesarme los pies como rocas que se adherían al asfalto tratando de no caer cuesta abajo. Recorrimos todos los rincones de aquel lugar del que comencé a enamorarme. Podía imaginar mi nueva casa, las hermosas puestas de sol que veríamos por las tardes. Nos vi a lo lejos sobre aquella nube que no dejaba de esponjarse. Ne jalaste con prisa.

Íbamos de regreso subiendo las colinas y mis zapatos estaban casi deshechos. No me tomaste de la mano ni para sostenerme cuando me tropecé. Quizás querías mostrarme la belleza de esas nubes, y yo estaba dispuesta a alcanzarlas contigo. Hice mi mayor esfuerzo, y cuando por fin llegamos, la noche había soplado en hilos enredados nuestro pedestal de sueños.

No entendía hacia dónde íbamos, pero no me preocupé porque de todas formas no tenía rumbo y ya me estaba acostumbrando a ti y a tus pasos inquietos, a tu manera de recorrer las horas de la noche en círculos. Nos recostamos sobre el pasto a un costado de las vías. Tus ojos se cerraron de sueño cuando te sonreí y dormimos escuchando las estrellas.

Me desperté con una sensación de frío que me helaba las manos. El pasto estaba lleno del rocío de la mañana, era como si las estrellas hubieran caído sobre nosotros. Pero tú y tu sonrisa se habían derretido sobre las flores antes de que siquiera pudiera despedirme.

No recordaba la dirección que debía tomar, ni me alcanzaba para otro boleto. Te busqué  durante días pensando que quizás había cerrado los ojos tan fuerte que no divisaba ni reconocía tu rostro. Meses después te encontré. Ibas en el mismo tren donde nos habíamos conocido, me sonreíste desde el último vagón y cuando quise saltar tras de ti alcancé a ver la mano que te sostenía. Decidí entonces no regresar nunca y comencé a caminar sin rumbo en paralelo a las vías. Algún día encontraré mi boleto de regreso. Hoy solo te anhelo.

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