Memorias de un Casi Muerto

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Alguna vez quise cerrar los ojos, pero consideré que sería una traición a mi memoria el no presenciar mis últimos momentos de vida, pues estaba claro que iba a morir. Si no ¿de qué otro modo podría contemplar esta anomalía dimensional de tiempo paralizado, tiempo en el que puedo pensar con lucidez, sentir mi consciencia recorrer mi cráneo y ver la bala que se dirige a mi cabeza en un camino trazado y seguro? Yo sé que nadie que esté vivo tiene una idea real de cómo es la muerte, pero ¿qué hay de los Casi Muertos como yo? Recuerdo que sentí cómo atravesé una cortina de seda interdimensional, hecha de la misma tela que lleva la muerte en su capa y cubre sus huesos blancos, largos y erosionados por todos los climas en los que se materializa, incluso en aquellos rincones poco explorados del universo que la muerte guarda en secreto mutuo con su víctima. Yo no estaba en uno de ellos, me hallaba en el lugar más común del mundo, uno tan común y en el que muchos dan su vida a la muerte: la calle. Me encontraba manejando y me agarró un alto en una avenida que siempre cruzaba para llegar al trabajo. Ahí escuché un fuerte estruendo, en mi oreja izquierda, un grito metálico y violento, la bala viéndome furiosa. Me inmovilicé, perdí la noción de lo que alguna vez conocí como tiempo. Desde entonces estoy en un limbo y desconozco si llevo minutos o años. Medir el tiempo ha dejado de ser útil si me encuentro encerrado en mi mente y todo a mi alrededor está detenido. Supongo que ahora mi consciencia permanecerá en una celda con dos ventanas oculares y toda una biblioteca de recuerdos disponibles.

Quizás han pasado siglos, pero recordé aquella tarde cuando conocí a Julieta Medrano; esos ojos grandes y negros rodeados por una dermis de tela aperlada, su cabello negro y esbelta figura. Me enamoré de Julieta desde el primer instante. Comenzamos a salir, me contó que estaba recién divorciada, se sentía feliz y libre pero su exesposo aún la inquietaba con actitudes muy extrañas. Llegaba a sentir unos ojos mirándola a través de los cristales de la cafetería en la que ella trabajaba, muy abiertos y llenos de miedo, los mismos que fueron una razón de su divorcio cuando los encontraba al despertar en la noche en medio de la oscuridad. Me dijo que eran tan penetrantes y reconocibles ¿acaso no son los mismos que porta mi verdugo? Siento que el tiempo avanza de nuevo.

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