No puedes prender la estufa

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Sacas el cerillo y lo azotas contra la caja, pero no prende y el gas sigue saliendo. Los cerillos no prenden y sabes que tu mamá hubiera podido prender un fuego, no en la estufa, en el fogón que tronaba y palpitaba en la esquina de la cocina encerrando el calor, provocando que te duermas mientras sudas tu perra alma. Y tu mamá está lejos y tú no puedes prender la estufa.

            El gas sigue saliendo y los frijoles que compraste de regreso del jale mueren en la sartén. Los cerillos no prenden y sabes que no hubieras podido comprar los frijoles para calmar el hambre que te dura días, por eso estás acá, en el Norte: donde los gringos no se cansan de que recojas pinches jitomates. Sin embargo, por lo menos te alcanza para comprar en el mall los frijoles que hacen que todos esos güerillos se te queden viendo porque nadie los come, solo los que tienen la piel de color café: color beaner. Antes comías de esos, y ahora en tu casa ya no hay comida, y está lejos y el gas sigue saliendo de la estufa porque no puedes prender los cerillos.

            No puedes prender los cerillos y el gas sigue saliendo. Los cerillos no prenden y sabes que el cerro que traen pintado en su caja es importante, aunque para ti todos esos cerros se parecen porque cuando vas paras arriba no puedes fijarte en eso, solo en no caer de nuevo. Esos cerros, esos cerrillos, te recuerdan el sueño y el hambre que hace un buen habías olvidado. Ahora ya puedes prender el cerillo y el gas deja de salir porque el calor te abraza recordándote la tierra que olvidaste cuando viniste aquí, a prender la estufa.

 

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