Notas de viaje

pexels-ashok-j-kshetri-12092187-scaled-thegem-blog-default

Cuando los vientos soplan, me encuentro a mí mismo con el inevitable sentir de la soledad, el inquietante titilar de la distancia, la aterradora sensación de la libertad.

 

He de pensar, inevitablemente, en mi pequeñez, mientras los horizontes de todas partes se funden en un solo cielo y los colores de las cimas de las montañas se combinan con el rojo atardecer. Casi todos ellos son iguales, desde cualquier parte, desde casi todo mirador o balcón del mundo.

 

La verdad es que toda la Tierra se ve igual, y a veces, desde las copas de los árboles no se ve ninguna frontera. A veces, desde los puntos más lejanos de una estrecha carretera, todos los hombres tienen el mismo rostro.

 

Por las noches he contemplado la lluvia, al coyote, al lobo y al águila sin temor a surcar el sendero del cielo.

 

He de contemplar por la mañana el rocío sobre las hojas, la oruga con su caminar lento, y la mariposa de electrizante azul y metálico verde.

 

También, por la tarde he contemplado las luces de las grandes ciudades casi vivas, casi como monstruos esperando devorarse, a veces desiertos calientes, otras frías y espesas tundras, casi de pesadilla, casi dignas de asombro.

 

Cuando las últimas luces del sol tocan la tierra, a veces le grito a los mares, a los abismos, a las escarpadas cumbres de las cordilleras pidiendo una respuesta a mi bagaje incierto, a mi caminar incesante, pero ellas jamás me contestan.

 

Soy un trotamundos errante, errante de su destino, al que cada rostro, cada ciudad, cada montaña le parecen siempre los mismos, calcados por la soledad.

 

Igualmente le he gritado al águila, al coyote y al lobo en el desvarío de mi desdichado juicio incierto, y ellos al surcar el monte, el valle y el cielo me devuelven con sus pasos la aterradora sensación de libertad.

 

Y desde aquí, desde cada balcón y azotea, toda la tierra me parece siempre igual.

3
X