Pandemia

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Una de las frases que persiste en el mundo moderno es: “No tengo tiempo”. Dejando en evidencia la dependencia a la rutina. Sin embargo, la pandemia por COVID 19 quebrantó muchas rutinas. Los largos traslados al trabajo y la escuela cambiaron por días de encierro; el ruido exuberante se tornó en un silencio lleno de incertidumbre. Toda actividad se reducía al hogar. A causa de esto, existía tiempo libre y las reflexiones acerca de la vida permitieron crear una línea de fuga a los patrones de explotación.  

                 En primera instancia, la convivencia con el núcleo central, la familia, dio a conocer las carencias, miedos, fantasías, anhelos y sueños de los integrantes. De esta forma se comprendía la vulnerabilidad tanto individual como colectiva. Brotó el deseo de mejorar las relaciones humanas y ambientales. En las redes sociales se percibió un panorama lleno de oportunidades e ilusiones entorno al caótico mundo. Las personas mantenían la narrativa acerca de las emociones humanas y una comunicación asertiva entorno a ellas. Así mismo, se cuestionó la relación con el tiempo y las presiones actuales. 

                Por esta razón, el mantenerse estático en plena crisis sanitaria se convirtió en un delito. Miles de cursos en línea se vendían en forma apresurada. En las redes sociales la comparación incrementó la sensación de inconformidad. El encierro presentó nuevas oportunidades al enajenamiento dando como resultado una productividad excesiva. La frase del siglo XXI se hizo presente de nueva cuenta, ante la presión y el discurso de la superación personal. El malestar del tiempo permaneció. Realmente no fuimos muy lejos. 

 

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