Partío corazón

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La terapeuta le dijo a Lola que debía dejar de pensar en lo que pudo haber hecho y que se concentrara en lo que debería estar haciendo. Para mí tiene sentido, para ella también, pero ha encontrado consuelo en sobrepensar las cosas.

Deber es una palabra que asimila una obligación. Pero querer es poder, y ella no puede.

Ha visto la sombra de su corazón tras la cortina de la ventana, podría insinuar que tiene un amorío consigo misma, o con aquél que destrozó su corazón e, irónicamente, le dió el hilo y la aguja para repararlo.

Ella me dijo que no volvería a buscarlo, ni siquiera en sus sueños, pero no me prometió nada. Sabe que debe desvelarse y madrugar para seguir el mismo camino que recorre cada día, para espiar a aquellos ojos de soleada y dudosa coloración, o para fingir que todo en su propia confusión es agua clara que corre por sus venas.

Le dije que debería dormir un poco, tomar el desayuno, revivir, pero estos años han sido tan complicados como dejar de escuchar esa misma canción que ya odia y se castiga en ella.

Lola me lloró tres veces en la semana; una por la muerte de su gata, otra por la muerte consigo misma y, la última, por lo que quedaba de su romance con cierto hombre. Se le ha dicho que no se odie por lo que pudo haber hecho; por haber ignorado los gritos, las plegarias y el tiempo con su silencio.

Aún así, siente que debe culparse por su propia pena, por amar a un hombre que era una réplica de sí misma, por permitir que un animal deje de sufrir y por dejarse caer en la felicidad efímera que la juventud le presta, y que renta hasta endeudar facturas.

Lola no puede arreglárselas. Se cortó el cabello tres veces en lo que va del mes, se gritó en el espejo, arrancó las amapolas del jardín, se hundió en tinas de agua helada cada día, destrozó los muebles y deseó morir en silencio. Sin embargo, después del llanto, estuve en el umbral de su habitación, juntando los pedazos de su partío corazón.

Al final, se ha convencido de que, por si fuera poco el castigo propio, anhela que el karma se enrede en las sábanas de su cama hasta robar la culpa que le sumerge. Hasta cortar los pétalos de una flor y plantar la raíz en tierras nuevas, y hacer posible verla renacer.

 

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