Una noche

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Esta noche

no quiero compartirte con nadie,

quiero llamarte por tu nombre, 

acariciar tu oreja

y deslizar mis dedos

sobre ese lienzo

que es tu cuerpo, 

en el que no importan

las apariencias.

 

Tus manos son mi caricia, 

una sorpresa para no sentirse desolado

cuando escucho temblar nuestros muslos.

Vamos juntos, compañero,

a explorar nuestras fortalezas y debilidades,

tú prometes, yo prometo

desvelar la misma suerte.

 

Tus ojos son mi conjuro,

cantan victoria porque nunca se opacan

ni pierden su color,

tu sonríes, yo sonrío 

como si fuese una revelación 

para encontrar un arcoíris

desprendiéndose de tus labios.

 

Son las primeras miradas

que quedan intactas,

las que hacen tan mágica 

esta noche, son sus ojos duros,

esos ojos excesivamente crueles

y plenos de deseos,

que necesitan la inocencia,

la inocencia de los sentidos,

la castidad de la virtud,

para evitar la turbia sensualidad

que reflejan.

 

Me das tu cuerpo y yo te doy mi alma.

Tú, sueños lascivos. Yo, tranquilidad.

El tú es más antiguo que el yo.

 

Pero así hemos llegado al amanecer,

respirando la fragancia a coral 

que rodea nuestros cuerpos.

Ya no somos inocentes,

ni en las malas ni en las buenas.

Quiero hablarte 

y prodigarte hermosas palabras, 

pero me doy cuenta

de tu desinterés,

tú olvidas, yo olvido, 

tú te vas, yo me voy.

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