
Esta noche
no quiero compartirte con nadie,
quiero llamarte por tu nombre,
acariciar tu oreja
y deslizar mis dedos
sobre ese lienzo
que es tu cuerpo,
en el que no importan
las apariencias.
Tus manos son mi caricia,
una sorpresa para no sentirse desolado
cuando escucho temblar nuestros muslos.
Vamos juntos, compañero,
a explorar nuestras fortalezas y debilidades,
tú prometes, yo prometo
desvelar la misma suerte.
Tus ojos son mi conjuro,
cantan victoria porque nunca se opacan
ni pierden su color,
tu sonríes, yo sonrío
como si fuese una revelación
para encontrar un arcoíris
desprendiéndose de tus labios.
Son las primeras miradas
que quedan intactas,
las que hacen tan mágica
esta noche, son sus ojos duros,
esos ojos excesivamente crueles
y plenos de deseos,
que necesitan la inocencia,
la inocencia de los sentidos,
la castidad de la virtud,
para evitar la turbia sensualidad
que reflejan.
Me das tu cuerpo y yo te doy mi alma.
Tú, sueños lascivos. Yo, tranquilidad.
El tú es más antiguo que el yo.
Pero así hemos llegado al amanecer,
respirando la fragancia a coral
que rodea nuestros cuerpos.
Ya no somos inocentes,
ni en las malas ni en las buenas.
Quiero hablarte
y prodigarte hermosas palabras,
pero me doy cuenta
de tu desinterés,
tú olvidas, yo olvido,
tú te vas, yo me voy.
11