Al final del día

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Perderte fue morir en vida.

 

Perderte no fue un juego, 

pero sí el más temible de mis miedos.

Perderte fue destrozar mi corazón entero,

y dejar que las lágrimas inundaran mis cielos. 

 

Perderte se sintió como el dolor de mil vidas,

me dolió tanto que mi alma quedó hecha pedazos. 

 

Mientras los meses pasaban,

todos los días aborrecía haberte escrito esa carta.

 

No solo te perdí ese día.

Te perdía en cada risa.

Te perdía en cada anhelo.

Te perdía en cada verso.

Te perdía en cada latido.

Pero yo me negaba a decírtelo.

 

Aparecías constantemente en mis sueños,

porque extrañarte era mi castigo eterno. 

Mientras el alcohol me poseía,

en mi mente nuestros recuerdos me hacían trizas. 

Siempre me escondía,

porque no quería aceptar tu partida.

 

Y un día,

decidí hacer trizas mi orgullo.

Te escribí con el corazón en la mano, 

y con mil miedos colgando.

 

Pero aquí estamos,

abriendo nuestros corazones,

y dejando que la tristeza nos abandone. 

Desarmando nuestros filtros,

y escribiendo un nuevo libro. 

 

Te expongo mi corazón entero, porque no somos eternos. 

 

Te quiero, infinitamente y sin remedio,

hasta que ya no exista el mar y se esfume el tiempo.

Lo hago mañana, tarde y noche,

sin pausas y a gran escala.

Tanto que mi corazón canta al sentir tus abrazos.

 

Porque al final del día,

tú eres la luz que me ilumina en la neblina.

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