
Un hombre me enseñó sobre el arte bonsái: la primera lección es la poda. Para podar el árbol hay que herirlo con un cortador cóncavo. No se trata solo de recortar sino de moldearlo. Si una rama está torcida o parece innatural se elimina con delicadeza. Me di cuenta de que había crecido rodeada de mujeres bonsái. Proyectos de vida donde las posibilidades eran arrancadas y moldeadas por un hombre, dejando una herida ajena. Escuché a mi madre arrepentirse de no perseguir una carrera profesional y vi a otras mujeres depender de un otro toda su vida. Atravesadas por abusos, violencia y dolor. Mi mayor miedo creció silencioso dentro de mí: convertirme en el bonsái de alguien.
Tengo la edad que tenía Sylvia Plath cuando metió la cabeza en un horno. También tengo la edad en la que pensé que, si fuera a casarme y tener hijos, ya habría sucedido. Me encuentro en ese inevitable límite femenino, íntimo y social, de los treinta años. Es difícil pensarme mujer y entender las imposiciones que eso tiene sobre mi cuerpo y mi mente. Veo a Sylvia frente a su higuera, apurando la decisión: un hombre o una carrera, un matrimonio o esta voz dentro de mí. Una campana de cristal no es más que un lugar donde silenciar estas ideas, una escafandra que clausura el sonido distante de la sociedad. Siempre pensé que lo que la torturaba era el exceso de decisiones que la alejaban de esa pureza que deseaba y la acercaban más a un proyecto fallido de la mujer que debía ser.
La higuera sigue creciendo en la mente de cada mujer que tiene que cortar una vida para lanzarse a otra. La palabra decidir viene de la misma raíz latina que cortar. Cuando decidimos amputamos las alternativas, tomar una decisión es dejar morir algo. Ahora pienso que a mis treinta años debería estar haciendo otras cosas: estar casada y ser madre, pero nunca he querido tener hijos. Tal vez debería vivir en otro país. ¿O debería estar viajando por el mundo? ¿O hacer exactamente lo que hago ahora? Los higos crecen, pero nadie los taja. La pureza me rehúye también.
La abigarrada higuera de Sylvia es lo contrario a mi temido futuro bonsái, un crecimiento lleno de posibilidades que no reclaman ser cortadas, que incluso pueden pudrirse inacabadas. La indecisión es mi resistencia a lo que se me impone, mi ser irresoluble es la forma que tengo de plantarme frente a este árbol y tener el coraje de no ser una mujer ni la otra. Tal vez, de no ser ninguna.
21