Debería estar haciendo otras cosas

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Tenía un trabajo de nómina y era lo único que tenía seguro, a menos que decidiera dejarlo en algún momento. Ganas no me faltaban, pero mi responsabilidad y la seguridad que me proporcionaba tenían mayor peso. Estaba dispuesta a vivir así porque me permitía tener de qué hablar cuando alguien me preguntaba “¿tú qué estás haciendo?”, y yo no quería parecer floja o fracasada por decir “esperando que llegue una oportunidad”, aunque, la verdad era que la buscaba, yo buscaba y esperaba una oportunidad diferente. 

              Sin embargo, la búsqueda y la espera sin resultados favorables terminan por cansar. Mi desempeño en el trabajo era satisfactorio, pero no era suficiente para mí, y tampoco era suficiente para aquellas personas que me preguntaban lo que estaba haciendo, porque podía ver en sus rostros el ansia de que yo dijera algo más. Incluso, hubo quienes se tomaron el atrevimiento de decirme que yo “debería estar haciendo otras cosas”. Una vez más, no era suficiente, ni para ellos, ni para mí.

              Durante el día hago muchas cosas, para mí y para los otros, pero no dejo de sentir que debería estar haciendo otras cosas. Algo dentro de mí me dice que mi aporte en el mundo está siendo escaso, posiblemente nulo, pero, ¿acaso es obligatorio tener un aporte con el mundo?, ¿no debería primero ocuparme de mí y de qué aporto para mí? Hago lo que me gusta y eso me alimenta el alma y el estómago. Hago lo que me gusta, pero no me siento segura y, además, no me alcanza para satisfacer necesidades básicas. Hago algo que me gusta, pero no hago algo relacionado con la profesión que estudié y tampoco hago algo que me genere ingresos para obtener los bienes materiales que pueden contabilizar y confirmar mi éxito. Por lo tanto, debería estar haciendo otras cosas.

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