El aguacero

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Mientras las gotas caían por su ventana, Selena miraba sin afán, porque el sonido de sus lágrimas era más fuerte. El ruido la conmovía más, pero seguía escribiendo, con prisa, con devoción. La hoja se llenaba de palabras y también de lágrimas. Esa pluma vieja era la que le daba habilidad a sus sentimientos para ser transmitidos, aunque nunca nadie los leyera.

         Selena estaba cegada por la neblina de sus recuerdos, su llanto era el aguacero de aquella tarde de junio. Lloraba como una niña de dos años, con resoplido de caballo en carrera, con suspiros de cansancio, a moco tendido, odiándose a sí misma por solo poder llorar, por cansar sus ojos, por tragar su secreción salada, entumecida, contraída, y ella sólo podía seguir llorando y escribiendo.

         También sonaba fuertemente el tic tac del reloj, maldijo el tiempo en voz alta, hasta quebrar el bolígrafo viejo y desgastado, frágil y disfuncional. Tapó su rostro con ambas manos y lloró todavía más fuerte, se abrazó a sí misma. Talló sus ojos, limpió su nariz, miró la hoja y entonces se percató de que no había en ella nada escrito, que la tinta estaba seca y que en el papel sólo había palabras grabadas a la fuerza; como una especie de braille, las palabras estaban selladas. El reloj marcó la hora exacta, la lluvia cesó, sopló un viento frío, Selena suspiró.

         Se puso de pie, arrojó la hoja al basurero hecha bolita. Se dirigió al espejo, no pudo reconocerse. Los párpados engrosados, los labios rojos como mordisqueados, el cabello alborotado, una mezcla de baba y de moco en el mentón, brillo de noche colgándole de los ojos como hilos de manera intermitente. No se reconoció, pero supo que aquella imagen era eterna y la más cercana a su verdadera alma, rota. Se resignó, reconociéndose quebrada, arrastrada, devuelta a la vida por capricho, adolorida.

         Regresó al bote de basura, estiró la hoja antes tirada y con lo que quedaba de un labial escribió: “esto es lo único que nos queda, viviré para habitarlo, extrañándote”. Las lágrimas deshicieron lo que quedó del papel arrugado mientras Selena miraba una foto suya acompañada del destinatario a quien nunca le llegaría la nota, porque hacían lugares que el tiempo juntos se les había acabado; hacía una muerte que la vida los había separado.

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