El fin del mundo

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Estamos en el fin del mundo,

y dichoso es quien se de cuenta; 

las ancladas ideas se vuelven un estorbo 

cuando vemos cómo caen las hojas.     

Cuando el insomnio invade,

a todo, excepto a esa migraña creativa

que evita la escritura.

 

No se trata de un apocalipsis,

sino de la garganta con un nudo;

aquel pintado cansancio 

que convierte tu ser en elipsis;

puro temor,

mientras los ojos tiemblan, 

luego del pasar del reloj ajetreado.

 

Sin embargo, resulta terrible que,

sin pudor, renunciando al sueño, existas;

con la lucha entre las sábanas y la catarsis,

donde el corazón ya no es sensible

poco a poco, se extingue;

anhelo sin éxtasis.

 

Las alas, cada vez más inestables,

zarandean ese viento oscuro;

anonadadas por la caída, casi inevitable;

y el pájaro sin salir del hoyo,

silenciado callar

que cada día lo deprime.

 

Estás en el fin del mundo; 

dicha tuya. 

Dándote cuenta del pasar de cada día

con el pensar resignado,

sin pelea ni renuncia;

muerta la ataraxia imaginativa,

arrastrada por simple desidia.

 

Ya no hay revuelo de ideas, 

solo incertidumbre al ver el sol;

trancado grito de alma sin estela,

ni odio ni amor; 

solo triste existencia.

 

Si no luchas, entonces;

si no vuelas ni lloras,

pero diluvias sin motivación,

únete a nosotros, observa

las hojas pasar por el viento;

sin escribir ni crear,

sin ganas de estar.

 

Bienvenido al fin del mundo; 

una caída eterna,

en la que nadie gusta estar;

sin remedio ni solución;

bella muerte de tu espíritu creador.

Al son del cotidiano tic tac, mira:

tu mundo se acabó.

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