El huacalero

 

Y este es el local de mi padre. Lo inauguró su padre dos años antes de fallecer—, dijo el hombre mayor para después dar un sorbo a su refresco.

 

—¿Hace mucho de eso, Don Manuel?

 

—Casi en cuanto se inauguró la central —se hizo presente un silencio entre ambos—. Y bien, Juan, ¿cómo llegaste aquí?

 

—Don Manuel, mi descanso ya casi termina.

 

—Estoy seguro de que los Ramírez comprenderán, eres un buen trabajador.

 

—Oh, no lo creo posible.

 

—Insisto, Juan.

 

El joven, notoriamente incómodo, se resignó a contar su historia.

 

—Estoy aquí porque soy huérfano.

 

Don Manuel se mostró sorprendido y avergonzado por su insistencia, ya que no esperaba tan delicada situación.

 

—Crecí en las calles, nunca estuve en un orfanato.

 

—¿Qué hacías para sobrevivir?

 

—En un principio me resigné y aguantaba el hambre por semanas, después buscaba en la basura sobras y, finalmente, comencé a robar carteras. Con ese dinero compraba cajas de chicles para venderlos en los semáforos —tomó un sorbo de su refresco antes de continuar—. Hasta que me agarraron los policías.

 

—¿Y qué pasó?

 

—Me preguntaron por mis padres y respondí que no tenía, luego por mi casa y obtuvieron la misma respuesta. Discutieron entre ellos, eso sí, sin quitarme el ojo de encima, y decidieron traerme aquí. Dijeron que siempre se necesitaba ayuda por lo que busqué trabajo con los Ramírez.

 

—¿Los otros Ramírez, al lado del puesto de Don José?

 

—Ellos mismos. Fue Don José, en paz descanse, quien me dio trabajo los fines de semana.

 

—Y así empezaste de huacalero… recuerdo haberte visto de chiquillo observando los cortes de Don José.

 

Ambos permanecieron en silencio y Juan parecía contener las lágrimas.

 

—Cuando él estaba tomado, me contó llorando que trabajaba solo porque a su esposa e hijos les daba pena vender aquí.

 

—Y quién diría que serían ellos mismos quienes te quitarían el negocio con fraudes, cuando Don José te lo legó.

 

De fondo se escuchaban los gritos de la esposa de Don José anunciando sus productos. Don Manuel tomó la iniciativa.

 

—¡Debes salir de aquí! Eres un joven capaz y trabajador, podrías conseguir una carrera o un trabajo mejor.

 

—Mi meta es tener mi propio local.

 

—Piénsalo, Juan.

 

—Pues yo no sé que debería estar haciendo, pero sé que nunca tuve que vivir ciertas situaciones ni haber sufrido lo que he sufrido —miró la hora en el reloj de su compañero, dio el último sorbo y se levantó—. Gracias por la charla. 

Le dio una palmada en el hombro y se fue.

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