En algún lugar del mundo

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Era mi último día de receso antes de iniciar las clases. Tendría que estar acomodando materiales y organizando actividades, sin embargo, una hora después de levantarme, ya reposaban en el asiento trasero del coche una canasta con comida, mi vino favorito y mi cuaderno.

Al iniciar el trayecto, los acordes de What if resonaron alto y comencé a cantar mientras recordaba lo hecho ese verano. Los días habían transcurrido tan de prisa, sin embargo, los sabores, los olores y las sensaciones experimentadas en ese viaje seguían impregnados en mí. No pude evitar sonreír por cómo la vida se va acomodando. ¡No!, ahora sabía que las cosas no ocurren al azar ni es cuestión de suerte, mejor dicho, no pude evitar sonreír por cómo las decisiones que he tomado me van guiando. 

Al llegar, el sol ya estaba en su máximo esplendor, pero aún podía sentir el frío colarse bajo mi chamarra. Extendí la manta en el césped y acomodé las cosas mientras mordía una manzana. La saboreé en silencio. Aquello era todo lo que necesitaba: los rayos del sol, el agua, el viento y a mí. Había pasado por aquel lugar con frecuencia. Descubrí su belleza una tarde, cuando regresaba de visitar a mi hermano, agobiado por la ansiedad no podía concentrarme al volante y decidí detenerme. 

Luego de almorzar caminé un poco por el borde de la laguna, pensando que la calma se puede lograr incluso durante la tormenta. Mis zapatos se hundían en el césped húmedo por el rocío. Me quité las botas, haciéndome una con la tierra, disfrutando su suavidad, la forma como me acariciaba y cargándome de la energía que me transmitía. 

La idea vino segundos más tarde. Me olvidé de los zapatos y busqué con prisa mi cuaderno. Aquella historia debía ser contada, porque todos necesitamos un referente acerca del amor, acerca de cómo se siente un corazón roto, pero también acerca de cómo, ese pequeño herido que vive dentro de nosotros desde la infancia, puede aprender a volar y enseñar a volar a otros, sin imponer el camino a seguir. ¡Sí! Sabía que debería estar haciendo otras cosas, sin embargo, ese día simplemente quería escribir. Tanto mi niña interna como la aprendiz de escritora que iba naciendo en mí lo agradecían porque, sin saberlo, estaba por nacer mi primera novela que meses después se titularía En algún lugar del mundo.

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