Forestal en duelo vivo

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Viene otoño, viene el pardo sol que hace caer los pétalos,

secos y llenos de lo temporal hermoso.

 

Me quedo aquí, deseo.

¿Por qué he de querer renunciar a la dicha?

Soy como Ariadna a Teseo,

pero yo a la jacaranda.

 

La bruma sopla el futuro, uno devastador. 

Debería seguirlo, dicen…

Se enciman los brotes y sale el orador,

y el resto le sigue. 

 

Hay tanto que seguir,

y nada dónde permanecer. 

 

Debería administrar la resiliencia, debería… 

O tan siquiera tenerla. 

¿Dónde la abonan?

 

Amo el viento, pero le temo tanto,

tumba el llanto,

tumba la lluvia,

retiene el canto.

 

Amo la lluvia, pero le detesto tanto,

me abandona a lo seco,

me encarga al sol-tento.

Se niega el sustento.

 

Amo el sol, es cálido,

me abraza cuando el ignorar acecha.

De tanto en tanto, se excede,

el abrazo ahoga, cae el árido.      

¿Y cómo negar? Si no hay por dónde respirar.

 

Entonces, ¿sigo al tiempo? 

¿Sigo al resto?

Las aves lo hacen, no les pesa…

 

Las mariposas han dejado una carcasa seca,

gozan de alas multicolores, eternas.

Y yo no… Si algo me garantizara el último aliento,

o que las jacarandas que vinieron, se despidieran,

o que el último fruto sembrará todo su néctar en mis venas sin caerse,

y que mis ramas desnudas no volverán a vestirse…

Sólo así, sin un quizás.

Así, sin más, gozaría las últimas estaciones venideras.

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