La penitencia de la ganancia

pexels-ali-alcantara-12203617-scaled-thegem-blog-default

No hacer nada en absoluto, es lo más difícil del mundo, lo más difícil y lo más intelectual. 

Oscar Wilde 

A nuestro alrededor la vida entra en ciclos, cambia y nos ofrece la oportunidad de mejorar. Y todo gracias a la ley de la naturaleza. Pero esto parece no aplicarse a una calle de la colonia Peralvillo. 

                   A un costado del icónico mercado Beethoven, se encuentra un pequeño puesto de tacos. Una tabla pegada a la pared sirve de mesa, y el asador, que conforma la barrera entre el cliente y el puesto, ofrece un espectáculo visual de salsas extra picantes y el desfile interminable de tortillas sumergidas en aceite hirviendo. Sin embargo, pareciera que el tiempo no tiene la más mínima intención de pedir una orden para llevar. 

                   Y es que el taquero, de identidad misteriosa, se rige por un ciclo. Un ciclo sin renovación, principio, ni final. Emulando el mito de Sísifo, vive destinado a la repetición. Y su condena la carga en su peculiar modo de atención. 

                   De rostro alargado, nariz recta y cabello canoso, mantiene un semblante molesto mezclado con infelicidad que contrasta con el éxito apabullante de su negocio. Sus clientes inundan la acera, listos para ordenar su taquito salido de la alberca de aceite hirviendo, en donde rebosa la felicidad del suadero. 

                   El ciclo ha comenzado. El taquero atiende tu orden con palabras inaudibles, aunque en ocasiones no emite sonido alguno. Si corres con suerte podrás ser auspiciado por su ayudante, quien se encuentra oculto en las sombras como gárgola francesa. 

                   El taquero avienta las tortillas al aceite con desgano, corta la carne con enojo, coloca el taco en un plato de unicel con furia sin cruzar mirada con el comensal, pues no deja de observar su asador. 

                   Aquel hombre se convirtió en penitente de su éxito. Las órdenes se apilan al mismo tiempo que el ciclo se repite. No hay cambios, ni albricias, tan solo un taquero que parece servirle al viento, a la nada, a la vida misma, intentando servir la orden definitiva que le animará a mirar los ojos de su próximo cliente. 

                   Pero aquello no ha ocurrido aún. La persona encargada de mirarte y darte tu orden es una joven cuya sonrisa servicial es el único destello de alegría en aquella taquería. 

                   A veces paso por el negocio y observo al hombre de mirada inexpresiva. Sus ojos parecen buscar en el aceite la respuesta de la existencia misma. Y cuando cree haberla encontrado… una nueva orden llega. El ciclo no ha terminado.

9
X