Sonrisa robada

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Las casas abrían sus puertas para recibir los primeros rayos del día. Los cristales de los edificios reflejaban el rostro del sol que comenzaba a asomarse. Los negocios comerciales le daban la bienvenida al azul celeste del cielo y a los clientes que entraban saludando. En las escuelas, los patios de juego se llenaban de voces felices y en las calles la algarabía de los carros se hacía presente. Como todos los días, la ciudad despertaba con una sonrisa. 

Mientras tanto, detrás de la alegría, la Madre Naturaleza se levantaba buscando un poco de aire. Aquel que el humo de los vehículos y las fábricas le negaban. El mismo que chocaba contra los grandes rascacielos antes de poder llegar a ella. El que le había sido robado poco a poco por los humanos. Un aire que, por más que le pedía a gritos su presencia, no la escuchaba por el ruido de las risas y el bullicio.

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