Su aguijón

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Estaba de pie en la entrada del salón, no era la primera vez que me pasaba y el resultado nunca variaba: no podía entrar. Sin tener que observarlos sentía sus miradas clavadas sobre mí, pero yo solo podía concentrarme en la cara morena de la profesora, que se enmarcaba con su cabello largo y lacio. Sus ojos, contorneados por una gruesa capa de maquillaje, me miraban de arriba abajo con desaprobación. Por mi mente pasaban los más atinados argumentos para excusar mi retraso, pero mi boca no lograba abrirse y decir palabra. En cambio, a ella nada le impedía hablar… «No es posible, señorita, que de nuevo llegue tarde a clase, ¿sabe que eso es una falta de respeto y responsabilidad? Debería ser como sus compañeros, ¿acaso no le interesa la clase?, ¿cree que siendo de la forma en que es llegará lejos? Dígame, ¿por qué razón llegó tarde? Nunca logrará nada siendo como es».

Después de no recibir ninguna respuesta a sus cuestionamientos, me dejaba entrar. Con el rostro a rastras, empapado por el llanto, caminaba hacia mi lugar y la clase daba comienzo con las palabras de la profesora que no me hacían sentido y se perdían entre las filas de butacas. Me llevaba un tiempo reponer el aire que mi pecho había contenido y, cuando al fin mi cuerpo recobraba su fuerza, el timbre sonaba anunciando el recreo.

Salí con prisa del salón y me perdí entre el barullo de la libertad controlada, atravesé el patio principal y, después de chocar con algunos niños, pude sentarme debajo de mi árbol preferido. Se encontraba cerca de los salones de primer grado, ese tiempo al que deseaba volver con toda la fuerza de mi recuerdo. Mientras miraba la tierra y el ralo pasto que crecía en ella, un pensamiento me atravesó por la frente, pero era un pensamiento que no entendía y me preguntaba: ¿por qué cuando mi profesora me reprendía por las mañanas veía placer en su mirada?, ¿acaso humillar a alguien puede causar placer?

Durante mucho tiempo intenté alejar esas preguntas de mi cabeza, pero el intento fue en vano. Porque yo sabía que no era la primera vez que alguien me arrebataba una parte de mi dignidad, pero sí era la primera vez que miraba el placer en la mirada de una mujer. Una mujer que clavó su aguijón lleno de odio sobre mí, sobre la inocencia, sobre la seguridad, sobre el silencio… Y todas esas cosas son las que se rompieron.

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