Tacos en el metro San Cosme

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Después de estar todo el día juntos, era hora de regresar a casa. Eran ya las 10 de la noche. El camino desde su casa hasta el metro San Cosme era un poco largo, usualmente tardamos unos 18 minutos en llegar. Esta vez nos agarró la lluvia en el camino. El cielo comenzó a tronar, era una de esas lluvias que inundan la Ciudad de México. Se acercaba toda una odisea para regresar a casa. 

               –Ay no, el metro va a estar bien lleno, la gente va a estar toda mojada y sudada, el piso resbaloso y no van a faltar los vagoneros queriendo entrar cuando ya no cabe nadie más. El metro parándose a cada rato, mientras alguien seguro ya me bolseó. Lo bueno que vienes conmigo, así me cuentas una de tus historias rancheras en el metro. 

               –No son rancheras, son de la frontera.

               –Sí, sí, bueno. ¡Mira, un puesto con sombrilla! ¡Vamos ahí mientras, para no mojarnos tanto!

Íbamos de puesto en puesto, hacíamos una pausa y corríamos al siguiente para resguardarnos un ratito. Pasamos por el negocio de Sushi barato, por el de gorditas que siempre huele a manteca, por los helados La Michoacana, por la peluquería que habían asaltado hace poco. Ya casi llegábamos a la esquina, corrimos al último puesto, y no fuimos más lejos. Era un puesto de tacos de suadero, se llamaba El paisa, igual que casi todos los puestos de tacos de la CDMX.

               –¿Cuántos les sirvo, güero?

               –A mí dame 3 campechanos y 2 de suadero.

               –¿Y para usted señorita?

–Yo quiero 5 de suadero…Oye, ¿me prestas 30 pesos?, es que recargué mi tarjeta del metro hoy y me quedé sin cambio, por fa, luego yo te invito los tacos. 

No había mucha gente, sólo la suficiente para estar todos apretados debajo del techo de lámina. Un perro se había ido a sentar con nosotros, esperando que le diéramos algunas sobras. El señor de los tacos tenía un radio portátil viejo, intentaba sintonizar alguna estación, pero la señal era bien mala. En eso, agarró señal, sonaba música viejita y romántica. Empezó a sonar la de Siempre en mi mente  del Juanga, y mientras comíamos, todos apretados, debajo de la lluvia, sentí que ese era el momento más romántico de mi vida. 

Me gusta que me vayan a dejar a mi casa al final del día, aunque tengan que cruzar toda la ciudad. Una ciudad inundada, caótica, peligrosa, a veces injusta, a veces hermosa. En ese momento, sentía que lo amaba a él. Es una pena que ya no estemos juntos, que no hayamos llegado muy lejos, pero todo cambia; las personas, las emociones, los precios, la ciudad. Hace poco volví a El paisa, ya lo habían clausurado.

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