Tus ojos son el mundo

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La primera vez que coincidimos hablamos de nimiedades por más de dos horas: autores, películas, música. Era un viernes, ambos estábamos un poco ebrios, anochecía en el campus universitario.

—¿Quieres seguir tomando? —Me preguntó.

—Vale, aún hay tiempo. 

—¿Cerveza o trago?

—Cerveza y unas papas, que no he comido nada. —Le contesté. 

Me pidió un poco de dinero. Al regresar traía dos litros de cerveza fría, me sirvió en un vaso de plástico. 

Tomé la mano de Mauricio para alejarnos del grupo y poder conversar sin atender las copas que nos brindaban, pues ya estaba pasada de tragos. Había comprado una porción de papas a la francesa y me daba de comer en la boca. La acción me pareció graciosa y me solté a reír. 

Entrada la noche, Mao me acompañó a tomar un taxi. Le dije que parecía un tipo muy serio, que casi no hablaba con nadie en la facultad. Me respondió que desde niño el silencio había sido su única certeza. Le recordé el gesto de darme de comer papas a la francesa en la boca, a lo que respondió que no era nada, que hasta me podía cocinar espagueti, y sonrió. Mauricio me propuso ir a tomar algo al Neón Cultural, un bar bastante concurrido donde se servía Llaktana, un licor destilado artesanalmente en el sur de Colombia. Le contesté que no quería más trago, que me sentía mal y que preferiría probar el espagueti. 

El apartamento que arrendaba Mauricio quedaba a tres calles de la ciudadela universitaria. Vivía en el segundo piso, tenía dos alcobas y una pequeña sala compartida con la cocina. Encendió un minicomponente y sintonizó la radio. Sacó de la alacena un vaso de cristal y me sirvió agua de galón. Desde una ventana ubicada en la sala se observaba una panorámica bellísima de la ciudad con tramos obscuros y otros iluminados. Mauricio preparaba la pasta: agua, tomate, aceite, un acompañamiento con lechuga y una lata de atún. El vapor de la cocina había empañado la ventana de la sala. Cerca del lavaplatos tenía un árbol diminuto, su macetero tenía adherido un papel con la frase: “Escribir es como cuidar un bonsái”. Me contó que la frase la había sacado de una novela del chileno Alejandro Zambra. Sirvió dos platos de pasta y nos dirigimos al comedor, le bajó a la radio. Encendió el portátil que estaba al extremo y colocó una película de Wong Kar Wai donde Take my breath away de Berlin era la banda sonora. Esa fue la primera noche de tantas que pasamos juntos…

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