Un Dios

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¿Qué era él para los hombres? Uno más de ellos, uno que nació en la estirpe más dorada del mundo, pero que, como todos, poseyó defectos y virtudes casi por igual. 

          Ese que en sus años tiernos se vio rodeado de hilarantes fiestas, de extravagancias del arte y de cortesanos adulando hasta el más pequeño de sus actos. ¿Qué había de malo en ello cuando él era quien era? ¿Quién estaba en la posición de juzgar a alguien como él?

          Nadie que se valorase aunque sea un poco se habría atrevido a emitir un juicio en contra del querido, que en los primeros amaneceres de su vida ya estaba lleno de bondad; ¿quien lo hiciera estaría poniéndose a sí mismo primero? 

          ¿Alguien dijo algo cuando empezó a pegar manotazos? ¿Cuándo entendió el tosco arte de las zafiedades? Su amabilidad se fue diluyendo hasta quedar en una espolvoreada de buenos tratos cuando había que tenerlos. 

          Con el tiempo, los regaños se hicieron poco menos que los ladridos de un perro para sus oídos, más basura que debía absorber día con día. 

          ¿Qué pasó cuando empezó a llevar doncellas a donde él todas las noches? No es que hubiera algo de malo más que lo obvio, pero aun así, nadie se pronunció. 

          “Con él no debes meterte, mandará algún día, mientras mejor lo tratemos mejor lo hará él”, era la cruel mentira que muchos se repetían cada que uno debía verse las caras con el susodicho. Un día, quien mandaba murió y aquel joven sólo se sacudió las manos como quien mira un gran pavo bien cocido. ¿Le importó que quien lo trajo al mundo se fuera de éste?, ciertamente no. 

          Como una necrosis ya iniciada, lo vil se hizo con él, agravando su putrefacción en cuanto el oro tocó su cabeza. Si antes nadie quiso atreverse a decirle algo, ¿ahora quién lo haría? Así fuera un justo o el peor de los autócratas, nadie abriría la boca para calificarlo de algún modo. 

          ¿Qué quedaba de ese crío dócil más que el nombre? Puede que más de uno de sus allegados se llegase a hacer ese cuestionamiento cuando las cabezas empezaron a rodar, cuando sus damas murieron, cuando la obsesión de concebir un varón se apropió de sus deseos y, más importante, cuando miles perecieron en sus guerras. 

          ¿Qué era él ahora para los hombres?, un tirano.

          Consciente de la metamorfosis que lo llevó a ser lo que era en ese momento, donde conservaba apenas nada de lo que fue, ¿qué resultaba ser para sí mismo?, un dios. 

 

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