Un nuevo horizonte

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En las mañanas de invierno y primavera, despierto y me doy cuenta de que mi vida es un cúmulo de cenizas: fantasmas de personas a las que no recuerdo haber visto, fotografías en blanco y negro que dependen de imágenes desconocidas. No tengo memoria de mis padres, no tengo memoria de mis hijos. ¿Qué tengo entonces? Nada. 

Nada a mi alrededor. Sólo gente corriendo porque llega tarde a su trabajo, como si no fueran reemplazables para aquellos que dirigen una gran empresa. Soledad, siento cómo poco a poco mis ojos van cayendo y mis manos van rompiéndose en pedazos. Tengo cicatrices por todo el cuerpo, pero la música se extiende ante mis pasos y se acerca la promesa de un sueño por cumplir. 

Presiento un nuevo horizonte. Hay cosas mejores en esta vida que no se relacionan ni con los negocios ni con el dinero como el encuentro con personas increíbles o darse cuenta cuando uno se enamora de verdad, así como en las películas, donde la gente coincide de formas inexplicables. El mundo gira y te das cuenta de que, para recorrerlo, tienes tus propias alas.

Debería estar haciendo otra cosa cuando me siento como un eterno prisionero de mis actividades, en lugar de dedicar tiempo a trabajos donde las jornadas laborales suelen ser de hasta doce horas con sueldos miserables. Debería estar al lado de la mujer que amo, diciéndole que todo estará bien, así nadie despertaría solo. 

Hay un cielo azul esperando por nosotros, sin embargo, la monotonía de la propia existencia no nos permite verlo. Somos polvo que pronto regresará a su origen y no nos daremos cuenta en qué momento sucederá. Sólo nosotros sabremos al final lo que debemos hacer.

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