Ando sobre la ciudad y me siento acompañadamente sola

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La mayoría de mis pasos los he dado dentro de calles y caminos de ciudades. Uno tiende a pensar que no existe algo más alto que los edificios reflejantes o más romántico que los edificios históricos con paredes resquebrajadas. Las montañas, si es que las hay, las lagunas, charandosas llenas de lirio, se mezclan entre las casas, las risas y los monumentos. La ciudad toma distintos significados con los años y con los nombres que se le otorgan, pero su objetivo siempre ha sido el mismo: reunir a las personas. Juntar las posibilidades en un mismo lugar, rodearte de tantas presencias tiene algo de mágico. Pero al final es imposible no terminar ignorando su encanto y desencanto. Uno puede ver carteles coloridos, baches de todos los tamaños y ceños fruncidos en todos los rostros. El ritmo de la ciudad los desvanece. Mi hogar tiene la gran capacidad de alinear a todos y cada uno de nosotros en el momento que lo desee. Mi acto de resiliencia más grande será darle a cada persona pavimentada una historia o por lo menos unos buenos días por la mañana. Justo como en el pueblito de mi abuela, a la que, por cierto, quiero llamar por teléfono.

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